Por Isabel Lorenz. En el ideario aristotélico de sociedad próspera, además de leyes, instituciones, gobiernos y sistema judicial justo, con prudencia y honestidad, la vida pública necesita de la amistad cívica, ese vínculo que une a la ciudadanía de un Estado a partir de metas y objetivos comunes basados en el respeto a las diferencias legítimas y la no discriminación. (Adela Cortina. Tribuna. El País. 6-5-08).
Cortina enuncia en el artículo de referencia, un conjunto de finalidades globales y locales, suficientes para fomentar la amistad cívica. Las metas comunes entre los Estados deberían ser erradicar el hambre, la pobreza y alcanzar los restantes Objetivos del Milenio; y los objetivos internos de los gobiernos tendrían que ser brindar eficiente educación, salud y trabajo, así como hacer realidad que toda la ciudadanía disfrutará de libertad. Sin duda no hay persona o gobierno que objete estos mínimos de concordia social. Sin embargo, estas metas y objetivos no parecen sellar el vínculo amistoso entre la ciudadanía.
Cuando en nuestras sociedades reconocemos los signos de la discordia, la indiferencia y la exclusión, es momento propicio para abogar por la amistad cívica, ese “intangible” necesario para educar en que la “diferencia”, el “prójimo”, no es el enemigo a derrotar sino un “semejante” con quien hay que afrontar los problemas comunes y resolverlos con justicia, a fin de garantizar igualdad de deberes y derechos para toda la ciudadanía de un mismo Estado y un mismo Globo.
La amistad cívica fructifica si la diversidad es un valor fundamental de la ciudadanía compleja; en definición de Cotina, seremos ciudadania cordial si aceptamos y respetamos las distintas capacidades de las personas, las diversas creencias religiosas, las preferencias políticas opuestas, las tendencias sexuales diferentes, las multiplicidad de razas, las opiniones divergentes y tantas otras expresiones de diferencias siempre que no atenten contra la libertad y la vida de otras gentes.
Quizás la escasez de amistad cívica se deba a la supremacía de una “ciudadanía simple”, aquella que sólo reconoce los atributos diferentes en el “prójimo” en cuanto guarda alguna semejanza con las características “propias”; una ciudadanía en estadio primario o instintiva.
Remontar ese estado “salvaje” de ciudadanía demanda, además de formación en amistad cívica, el respeto entre gente diversa, la solidaridad entre desiguales, en fin, actuar sin titubeos ni media tintas frente a las violaciones de los Derechos Universales de todas personas y quienes los violan.
¿Seremos ciudadanía simple o amistosa?
Enviado por
Isabel Lorenz
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lunes, 13 de octubre de 2008
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