Por Juanjo Martí. La universidad debería ser un punto de encuentro y fuente de conocimientos, de docentes y aprendices. Un lugar que en nuestro siglo bien físico o bien virtual genera la transmisión de saberes y en base a una responsabilidad social de la universidad, valores. ¿Por qué entonces es una máquina expendedora de certificaciones?
Podríamos decir que todo está en venta, que un currículo son datos y papeles que certifican y dan fe de que quien los presenta ha superado una serie de pruebas en las cuales ha demostrado su aprendizaje de conocimientos. En cambio por cada papel que nos extienden nos cobran, por cada congreso en los que un estudiante presenta un documento en el que dar a conocer una investigación, se le cobra, se hace apología de los postgrados, cada cual a un precio más rimbombante y siempre con preferencia por los de grandes escuelas de reconocido prestigio donde el dinero arma una red de contactos.
Es una farsa, una burla a lo que debería representar y un negocio que no atiende a capacidades formativas si no sumativas (de cuantos billetes puede sumar un alumno para poder llegar arriba). El sistema de becas obliga a gente de bajos recursos a trabajar y estudiar por mantener una media numérica, eso nos enseñan, números.
Curioso reto que quienes emergemos de este sistema seamos los que debamos cambiar el proceso de fagocitación en el que se encuentra la humanidad, sin el respaldo de la academia, ocupada como está en mantener beneficios.
En los años de representante de alumno viví una parte, ahora en mi doctorado la segunda y más grave, cuanto más arriba se quiere llegar, más obstáculos económicos hay que rendir. Preservemos el gallinero.
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