jueves, 20 de marzo de 2008

“He visto niños que no van a la escuela… y una heroína que hace algo para remediarlo”

Por Anaiz Quevedo. Cuando en una ciudad como Caracas, se quiere evadir el tráfico, se toman atajos por las llamadas, carreteras viejas y en verdad lo son. Pueblos olvidados, casitas improvisadas, algunas más habitables que otras, entre caminos a medio hacer, basureros en cada esquina. Y allí en medio de lo que a simple vista parece un desorden, están. Criaturas que encuentran diversión volando papagayos (cometas), corriendo entre los matorrales o jugando a la rayuela entre cientos de escaleras, demasiadas para ir a la ciudad o llegar a casa. Es cierto que parte de estas criaturas, han podido incorporarse a la educación formal y que hasta cuentan en algunos casos con desayuno en los comedores populares. Pero existe aún una gran cantidad que no va a la escuela, a nivel mundial más de 77 millones.

No pueden, por problemas familiares, violencia doméstica. Se les ve trabajar a corta edad. Quienes logran entrar a primaria sortean los obstáculos de no contar con educación preescolar o no contar con alimentación o atención suficiente, por lo que gran parte de ellos deserta del sistema educativo.

En uno de estos atajos caraqueños conocí a Tircia Castrillón y su escuela de la Alegría. A simple vista es una líder comunitaria valiosa de esas tantas que promueven la educación en el barrio Turumo en el Estado Miranda, Venezuela. Pero cuando tuve la oportunidad de visitar su humilde vivienda y constatar las condiciones en las que más de 50 niños, niñas y adolescentes se turnan para aprender de lectura, escritura y valores, entonces comprendí que Tircia es más que una simple maestra.

Admito que desde entonces es una de mis heroínas y más cuando supe que ella misma padeció los rigores del hambre y de patear la calle siendo muy niña. Cuando un ser humano pasa por tantas dificultades es muy fácil rendirse, y Tircia no lo hizo. Una maestra precisamente le enseñó en su corto paso por la escuela, que pese a cualquier obstáculo, se puede soñar. Y Tircia sueña y actúa… no deja de hacerlo.

Esta joven beneficia a unas 50 niñas, niños y adolescentes en su casa , ya sea porque no asisten a ninguna escuela, porque necesitan ayuda para sus tareas, o porque tras la violencia en sus hogares requieren de alguna actividad que los vincule con la vida y la alegría.

En su vivienda de dos niveles, faltan muchas cosas materiales para hacer más cómoda y digna la labor de esta maestra. Faltan ventanales para evitar que la lluvia haga estragos, una escalera segura para que los niños asciendan al aula que Tircia acondicionó en el segundo nivel, con pupitres, pizarrón, cajas de juguetes didácticos y libros y en las adyacencias tobos de agua porque ésta no llega con regularidad. En realidad falta la sede que Tircia quiere, una casa grande en la que sus alumnos puedan soñar , jugar y ser felices. Aún así se respira Amor en sus niños y niñas que con cariño le dicen tía y no ven la hora de llegar a su escuela de la Alegría.

Para la maestra, es un orgullo decir que en su corta carrera como guía de niños desertores ha logrado que más de 20 niños regresen a las aulas de clase. “ mis ex alumnos(as) pasan por aquí, me enseñan su boleta y me comentan que pasaron sus materias o pasaron al siguiente curso. Tengo claro que si se puede hacer algo para que los muchachos(as) del barrio se alejen de las drogas y la delincuencia”.

Tircia admite sin embargo que no ha sido tarea fácil. “Parte de mis estudiantes conocen de cerca el hambre y el maltrato. No se pueden muchas veces concentrar y yo debo ponerme una coraza para poderles ayudar”

La maestra que paradójicamente sólo pudo llegar al sexto grado de primaria, ha traspasado las fronteras del barrio con su mensaje “Mi preocupación son los niños y niñas que no van a la escuela. Atiendo a muchos en edades que oscilan entre los 2 y 14 años” que nunca han ido, o fueron alguna vez y luego no quisieron seguir estudiando. También en estos sectores hay criaturas que comienzan a ir tarde a la escuela hasta el punto de que muchos empiezan un primer grado con 7, 8 hasta 11 años sin tener una formación preescolar, y esto hace que deserten porque no están preparados”.

La joven se ha hecho de alianzas estratégicas para poder cumplir con el objetivo de mudar la Escuela de la Alegría a un espacio más grande. Falta mucho, sin embargo los primeros pasos están dados: un proyecto comunitario bajo el brazo, un terreno cerca de su casa y sobretodo muchas ganas.

Cuando paso por las carreteras viejas de la Gran Caracas y veo a tantos niños y niñas viviendo en medio del desorden alejados de la educación formal no puedo evitar sentirme impotente… entonces recuerdo que hay gente haciendo camino al andar, como Tircia.

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