Por Cristina Almirall. Lo primero que he hecho justo después de comprarme unos pantalones tejanos es introducir mis manos en los bolsillos para comprobar si estaba la carta que escribe una trabajadora de una fábrica de tejanos china para hacer saber a quien la encuentre que los tejanos no fueron “made in China” sino “hechos por Jasmine y sus compañeras”. Este hecho ocurre en el documental China Blue en el que las cámaras de un equipo se adentran en la vida de una fábrica de tejanos. El documental no deja indiferente a nadie que tenga un poco de sensibilidad, porque es realidad y no ficción y porque en él una de sus trabajadoras, Jasmine, nos cuenta sus experiencias.
Jasmine lleva un diario, y es inocente pero a la vez impropiamente madura para su edad y creo que si no fuera por la suerte que le ha tocado vivir, quizás ahora estaría estudiando y sería una buena escritora.
Desde que ví el documental no puedo dejar de mirarme al espejo todas las mañanas preguntándome si es necesario que mi identidad occidental se haga explotando a las personas.
Lo cierto es que últimamente me fijo más en las etiquetas para conocer el país de procedencia de la ropa. Y he pensado que me gustaría poder disponer de etiquetas donde se me garantiza que las prendas han sido hechas en condiciones justas. En este caso no me importaría pagar más por la ropa que visto. Por qué, díganme, ¿creen que es necesario que nuestros vestidos compren exclavitud? Contéstenme, ¿Por qué piensan que no tenemos información transparente para decidir si compramos o no aquello que nos gusta? ¿O por qué se permite que las empreas sean temerariamente irresponsables?
Sepan que muchas de las marcas que me atraen y que me lanzan continuamente mensajes publictarios “tentadores” creen que nuestra ropa debe vulnerar los derechos humanos, porque hace tiempo tienen como lema: “primero el dinero y luego el resto”.
Lo que está claro es que mi armario, aunque no me guste, ha perdido hace tiempo la inocencia y contribuye a desvanecer las ilusiones y los derechos de la mayoría de personas, adolescentes y criaturas, que trabajan sin papeles, sin contrato, sin horarios, con sueldos absolutamente precarios, no sólo en China sino también en muchas de las fábricas que hay alrededor del mundo.
Nuestro mercado, sí, aunque no nos guste paga esclavitud, y permite que las grandes multinacionales del textil y la confección dispongan de una “laxitud paradisiaca” que les permite externalizar la producción, contratando a proveedoras en países empobrecidos de Asia, América Latina, Europa del Este y África, que a su vez subcontratan a empresas, muchas de las cuales operan con talleres de economía informal y utilizan el trabajo a domicilio para sacar la producción en los plazos, cada vez más cortos, que lógicamente exigen las marcas para poder tener sus escaparates a la moda.
Pero no caigan en el error de pensar que el precio de nuestra ropa garantiza que ésta haya sido hecha en condiciones adecuadas. Que va. Esto implica simplemente un mayor margen para el que consigue comprar a menor coste.
En éste nuestro sistema globalizado los gobiernos permiten que compremos a países con sistemas políticos dicatatoriales y corruptos, que vulneran los derechos fundamentales, y se permite a las grandes empresas transnacionales que hagan que nuestro dinero apoye, con conocimiento o no, una moda explotadora que hace que algunas personas tengan mucho pero que muchas más personas tengan cada vez menos.
Es así como con tanta permisividad se va incrustando de un modo atroz un sistema injusto y desigual en el que los paises empobrecidos, que cuentan con mano de obra excesiva, ofrecen mano de obra barata como si ésta fuera “ganado”, y acaban vendiéndose a precios escandalosamente bajos saltándose impunemente y para competir los derechos humanos. Por ejemplo, en la fábrica donde trabaja Jasmine se paga a 3 euros el tejano.
Sepan que el sistema comercial es tan injusto y excluyente que para que las grandes marcas, muchas fábricas sobreviven en el mercado gracias a que imponen en su personal condiciones absolutamente abusivas y que sin ellas no podrían competir.
Hoy el sector del textil se traduce en una carrera en que la máxima es el margen de beneficios y la reducción de costes de producción y luego lo demás. Y así se consiente que las grandes multinacionales de la moda trasladen parte de su producción a países donde pueden exigir condiciones de entrega del producto y de precio impensables, que hace que el personal tenga horarios de más de 24 horas.
En estos países las personas son invisibles, auténticas olvidadas. Y está pasando hoy y ahora en China que las empresas que tanto me tienen lavado el cerebro compran la ropa en fábricas aún sabiendo que allí se vulneran los derechos de los trabajadores y trabajadoras y que éstos no tienen contrato, ni derechos de sindicación, ni cobertura social y que además, cobran auténticas miserias, y malviven en condiciones pauperimísimas.
Pero aún pisoteando los derechos de las personas, fíjense, dichas empresas son tratadas como reinas aquí y allí y pueden promover la explotación, y tener derecho además a recibir incentivos fiscales sin igual, a beneficiarse de una legislación más flexible y a poder obtener unos costes de producción muy beneficiosos para sus intereses.
Y mientras todo esto ocurre la guerra por los márgenes y los beneficios hace que yo me vista a la moda, y que Jasmine y sus compañeras vayan perdiendo su inocencia, viviendo cada día en unas instalaciones sucias e indignas donde las condiciones de vida, la alimentación, la seguridad, la higiene y la sanidad son del todo dudosas.
Porque para que nos vistamos hoy muchas personas pierden su alegría y esperanza en horarios lánguidos y estirados y con salarios de entre 30 y 70 euros al mes, a veces incluso con retrasos. Sus horas extraordinarias no son remuneradas y este año Jasmine no ha pasado las Navidades en casa con su familia porque no podía permitírselo. Su primer salario se lo quedó la empresa en depósito. Ella que creyó que la fábrica era una oportunidad para mejorar su condición de vida y la de su familia, ella valiente, que tuvo la madurez de irse del campo y dejar a su familia, ahora tiene trabajo, pero poco a poco, se va desanimando porque sabe que el trabajo se ha convertido más en una pesadilla que en un sueño y no saldrá de pobre.
Jasmine, cada vez escribe menos, porque cada vez está más cansada y tiene menos tiempo.
¿Qué será ahora de Jasmine y sus compañeras? ¿ Qué será ahora de los millones de personas que trabajan explotadas y sin futuro?
¿Y de los y las responsables de una de las grandes marcas que compran en la fábrica comprando explotación? ¿Y de nosotros y nosotras?
Jasmine lleva un diario, y es inocente pero a la vez impropiamente madura para su edad y creo que si no fuera por la suerte que le ha tocado vivir, quizás ahora estaría estudiando y sería una buena escritora.
Desde que ví el documental no puedo dejar de mirarme al espejo todas las mañanas preguntándome si es necesario que mi identidad occidental se haga explotando a las personas.
Lo cierto es que últimamente me fijo más en las etiquetas para conocer el país de procedencia de la ropa. Y he pensado que me gustaría poder disponer de etiquetas donde se me garantiza que las prendas han sido hechas en condiciones justas. En este caso no me importaría pagar más por la ropa que visto. Por qué, díganme, ¿creen que es necesario que nuestros vestidos compren exclavitud? Contéstenme, ¿Por qué piensan que no tenemos información transparente para decidir si compramos o no aquello que nos gusta? ¿O por qué se permite que las empreas sean temerariamente irresponsables?
Sepan que muchas de las marcas que me atraen y que me lanzan continuamente mensajes publictarios “tentadores” creen que nuestra ropa debe vulnerar los derechos humanos, porque hace tiempo tienen como lema: “primero el dinero y luego el resto”.
Lo que está claro es que mi armario, aunque no me guste, ha perdido hace tiempo la inocencia y contribuye a desvanecer las ilusiones y los derechos de la mayoría de personas, adolescentes y criaturas, que trabajan sin papeles, sin contrato, sin horarios, con sueldos absolutamente precarios, no sólo en China sino también en muchas de las fábricas que hay alrededor del mundo.
Nuestro mercado, sí, aunque no nos guste paga esclavitud, y permite que las grandes multinacionales del textil y la confección dispongan de una “laxitud paradisiaca” que les permite externalizar la producción, contratando a proveedoras en países empobrecidos de Asia, América Latina, Europa del Este y África, que a su vez subcontratan a empresas, muchas de las cuales operan con talleres de economía informal y utilizan el trabajo a domicilio para sacar la producción en los plazos, cada vez más cortos, que lógicamente exigen las marcas para poder tener sus escaparates a la moda.
Pero no caigan en el error de pensar que el precio de nuestra ropa garantiza que ésta haya sido hecha en condiciones adecuadas. Que va. Esto implica simplemente un mayor margen para el que consigue comprar a menor coste.
En éste nuestro sistema globalizado los gobiernos permiten que compremos a países con sistemas políticos dicatatoriales y corruptos, que vulneran los derechos fundamentales, y se permite a las grandes empresas transnacionales que hagan que nuestro dinero apoye, con conocimiento o no, una moda explotadora que hace que algunas personas tengan mucho pero que muchas más personas tengan cada vez menos.
Es así como con tanta permisividad se va incrustando de un modo atroz un sistema injusto y desigual en el que los paises empobrecidos, que cuentan con mano de obra excesiva, ofrecen mano de obra barata como si ésta fuera “ganado”, y acaban vendiéndose a precios escandalosamente bajos saltándose impunemente y para competir los derechos humanos. Por ejemplo, en la fábrica donde trabaja Jasmine se paga a 3 euros el tejano.
Sepan que el sistema comercial es tan injusto y excluyente que para que las grandes marcas, muchas fábricas sobreviven en el mercado gracias a que imponen en su personal condiciones absolutamente abusivas y que sin ellas no podrían competir.
Hoy el sector del textil se traduce en una carrera en que la máxima es el margen de beneficios y la reducción de costes de producción y luego lo demás. Y así se consiente que las grandes multinacionales de la moda trasladen parte de su producción a países donde pueden exigir condiciones de entrega del producto y de precio impensables, que hace que el personal tenga horarios de más de 24 horas.
En estos países las personas son invisibles, auténticas olvidadas. Y está pasando hoy y ahora en China que las empresas que tanto me tienen lavado el cerebro compran la ropa en fábricas aún sabiendo que allí se vulneran los derechos de los trabajadores y trabajadoras y que éstos no tienen contrato, ni derechos de sindicación, ni cobertura social y que además, cobran auténticas miserias, y malviven en condiciones pauperimísimas.
Pero aún pisoteando los derechos de las personas, fíjense, dichas empresas son tratadas como reinas aquí y allí y pueden promover la explotación, y tener derecho además a recibir incentivos fiscales sin igual, a beneficiarse de una legislación más flexible y a poder obtener unos costes de producción muy beneficiosos para sus intereses.
Y mientras todo esto ocurre la guerra por los márgenes y los beneficios hace que yo me vista a la moda, y que Jasmine y sus compañeras vayan perdiendo su inocencia, viviendo cada día en unas instalaciones sucias e indignas donde las condiciones de vida, la alimentación, la seguridad, la higiene y la sanidad son del todo dudosas.
Porque para que nos vistamos hoy muchas personas pierden su alegría y esperanza en horarios lánguidos y estirados y con salarios de entre 30 y 70 euros al mes, a veces incluso con retrasos. Sus horas extraordinarias no son remuneradas y este año Jasmine no ha pasado las Navidades en casa con su familia porque no podía permitírselo. Su primer salario se lo quedó la empresa en depósito. Ella que creyó que la fábrica era una oportunidad para mejorar su condición de vida y la de su familia, ella valiente, que tuvo la madurez de irse del campo y dejar a su familia, ahora tiene trabajo, pero poco a poco, se va desanimando porque sabe que el trabajo se ha convertido más en una pesadilla que en un sueño y no saldrá de pobre.
Jasmine, cada vez escribe menos, porque cada vez está más cansada y tiene menos tiempo.
¿Qué será ahora de Jasmine y sus compañeras? ¿ Qué será ahora de los millones de personas que trabajan explotadas y sin futuro?
¿Y de los y las responsables de una de las grandes marcas que compran en la fábrica comprando explotación? ¿Y de nosotros y nosotras?
1 Comentarios:
Excelente artículo Cristina ¡
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