Por Rosa Alonso. Hace unos días me encontraba yo abriendo con el correo una carta publicitaria de una mutua de seguros privada. Anunciaba el trabajo que realiza su fundación privada en I+D. Recordé que un gran amigo trabajaba en aquella empresa. Y se había ido.
Leí con entusiasmo la cantidad presupuestaria que destinarían a proyectos científicos y que ayudarían al desarrollo de la humanidad.
Leí con entusiasmo la cantidad presupuestaria que destinarían a proyectos científicos y que ayudarían al desarrollo de la humanidad.
Y me acordé de una frase que pronunció mi amigo en tono irónico en una situación de vida o muerte sin los recursos humanos necesarios : “Sólo me quedaba decir: Muérase, por favor”.
El problema de esa publicidad es que yo conocía la situación interna de esa empresa y traté la información desde el punto de vista más contraproducente que pretendían.
El problema de esa publicidad es que yo conocía la situación interna de esa empresa y traté la información desde el punto de vista más contraproducente que pretendían.
Pensé, ¿cómo puede tolerarse que se produzcan fraudes de contratación en empresas tan sensibles a las negligencias?, ¿cómo se pueden tolerar jornadas maratonianas individuales en unidades de cuidados intensivos?, ¿cómo se pueden tolerar situaciones de “infarto” con salarios irrisorios?
Sé que en España gozamos de un buen sistema sanitario público. Uno de los mejores. Pero quedaría por analizar el sistema sanitario privado. ¿Qué responsabilidad le pedimos? Por mi parte, empezaría aconsejándoles que se fijen en su gente. Su gente, maravillosos profesionales, les abandonan.
Sé que en España gozamos de un buen sistema sanitario público. Uno de los mejores. Pero quedaría por analizar el sistema sanitario privado. ¿Qué responsabilidad le pedimos? Por mi parte, empezaría aconsejándoles que se fijen en su gente. Su gente, maravillosos profesionales, les abandonan.
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