Por F. Xavier Agulló. Ahora hace un año entre 250 y 300 personas trabajadoras del servicio de tierra (handling) de Iberia ejercían su derecho a huelga ocupando una pista del aeropuerto de El Prat (Barcelona, España).
Ahora hace un año que más de 100.000 personas (también trabajadoras) no pudieron ejercer su derecho al descanso anual. Fueron más de 600 los vuelos cancelados.
Muchos han sido los millones de euros de pérdidas e indemnizaciones que causaron dichos dos centenares de salvajes... digo personas, personas.
Después de un año, la titular del juzgado de instrucción número 1 de El Prat ha reducido a una cincuentena el número de personas imputadas por la invasión de las pistas del aeropuerto barcelonés, y es probable que pronto se queden en ninguna como siempre, aunque uno de los delitos que se les imputa sea tan grave como es el de sedición, que castiga con penas de hasta ocho años de prisión a las personas que "en aeropuertos o aeronaves se alzaren colectivamente" para fines que impidan la navegación aérea.
Hace un año y ahora sigo mostrando mi indignación por la huelga salvaje y empatía hacia las muchas personas que sufrieron las 'cancelaciones forzadas' de las vacaciones. No hace mucho conocí a una de las 200 personas imputadas, no se si ahora la mantiene entre las 50, pero nada me hará cambiar de opinión al respecto: es necesario definir cuáles son los límites al derecho de huelga, y más cuando fue causado por un simple rumor injustificado.
Quizás pueda aguantar, después de un duro día de trabajo, que al volver a casa una docena de personas corten la vía del tren durante una hora. Quizás pueda aguantar que yendo a una reunión en auto me encuentre bloqueado en una ronda de Barcelona por unas decenas de personas que protestan por la instalación de un centro para tratamiento de la drogadicción en su barrio.
Lo que seguro no puedo aguantar es que me dejen salvajemente sin vacaciones. ¿Dónde están los límites? ¿Es legítimo el derecho de huelga sin más?
El caos causado hace un año es uno de los hitos más vergonzosos del sindicalismo en mi país, y manchó ya para siempre la legitimidad absolutista del derecho de huelga.
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