9OSCAR
Por Oscar Chamat. Yo vivo en un barrio bastante sencillo de Barcelona, un barrio donde las casas no son las mejores ni los restaurantes elegantes, donde no hay almacenes de ropa de marca y donde muchos de los automóviles que se ven son de carga de material (utilitarios). Un barrio donde en alguna ocasión mientras me dirigía a la biblioteca del barrio, oí gritar a un joven de unos 25 años a su novia: "a mi no me importa la condicional, a este tío me lo cargo" -maravillas de esta sociedad, donde incluso los barrios humildes tienen una biblioteca en buen estado, con computadores y libros actualizados y cruzando la calle un centro de salud que funciona. Mi barrio tiene todas esas peculiaridades, pero tiene la fortuna de ser un barrio que parece un pueblo en medio de Barcelona: sin turistas y donde uno va a la ferretería y si no tienen algo, llaman a otra para que le envíen el material, todo esto acompañado por un "usted no se preocupe que yo se que Antonio lo tiene y me lo trae".
Como lo dije hace un par de entradas, mi recorrido al trabajo lo hago en transporte público, tomo el bus a la salida de mi casa y tres paradas después hago cambio al metro. En la media hora que dura el recorrido bajo tierra, veo como se suben y bajan personas con características que me permiten adivinar, sin fijarme en el nombre de la estación, por que sector de la ciudad voy pasando: personas que trabajan en la atención a la clientela en el primer tercio del recorrido, turistas que madrugan en el segundo tercio y la última parte, personas vestidas con lo último de la moda para trabajo en oficina. Si una imagen pudiera resumir el recorrido, sería donde se lleva la comida del día. En el primer tercio la gente lleva una bolsa de papel con su portacomidas de plástico donde se puede ver la manzana o el banano sobresaliendo, en el segundo, turistas llevan una gran botella de agua y frutos secos en una bolsa que sobresale de la mochila en los hombros y en la tercera parte, predominan los portacomidas de diseño, que conservan el calor y son tan buenos que los tupperware que incluye que se puede llevar sopa sin que se riegue.
A diferencia donde vivo, yo trabajo en uno de los sitios más exclusivos, sino el más, de la ciudad. A la salida del metro me encuentro el Hilton, Starbucks y la sede administrativa de uno de los bancos más importantes de España. En el pasillo que va desde los vagones hasta la calle (algo así como unos 150 metros) hace poco pusieron una publicidad de Sony que se titula "¿y tu de que color eres?..." enfocada a promocionar su nueva linea de ordenadores de diferentes colores: "verde naturaleza, blanco perla, azul cósmico, rosa libertad y negro clásico". Entre todo el tumulto de personas que se bajan en esta parada se pueden adivinar los destinos probables de quienes salimos del metro en función de su vestir. Las suramericanas en bluejeans que llevan una bolsa de papel donde se ve el uniforme que debe utilizar para limpiar las casas, se dirigen a la zona residencial**, y los de corbata, ordenador portátil al hombro y portacomidas de diseño, a la zona de oficinas. Estoy generalizando, pues también se bajan estudiantes, y una que otro turista que se olvido bajarse una parada antes. Pero lo que me llama la atención por encima de todo eso, es la venta de ropa que hay en el corredor justo antes de salir a la calle. Son dos "puestos", es decir una tela blanca de 2x2 mt puesta en el suelo. En el primero "trabaja" una pareja de marroquíes donde el hombre vigila que no venga la policía a decomisarles la mercancía y la mujer, con una sonrisa que parece sincera, ofrece camisas y pantalones para mujer y bufandas para hombres. El precio promedio: 5 euros. Todas muy buenas imitaciones de primeras marcas. En el segundo puesto, lo atiende un negro* que vende imitaciones -no tan buenas- de bolsos y cinturones de Louis Vuitton y Dolce & Gabana. Todo a 8 euros. Lo que más me llama la atención es que él siempre está recostado en los carteles de publicidad justo al finalizar los puntos suspensivos de "¿y tu de que color eres?...".
Todas las mañanas veo a este negro organizando su mercancía con esmero y con la ilusión de "hoy va a ser un buen día". No tengo ni idea si tiene papeles que le permitan trabajar, si entiende lo que dice la publicidad que se encuentra en la pared, ni si vino en patera o saltando la cerca que hay en Ceuta, ni muchísimo menos si ahorró durante años para poder venir a la Europa que ellos ven en la televisión. No lo sé. Pero la omnipresente publicidad al iniciar el día no deja de preguntarme: ¿y tu, de que color eres?.
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* Una persona de color, un afro-europeo, un subsahariano, todas esas expresiones me parecen un falso deseo de ser "correcto". Digo negro como homenaje a una raza que históricamente ha sido maltratada y esclavizada al trabajo y al olvido, y lo digo en la misma manera en que mi familia paterna se siente "negra" y no solo "morena" o "afrocolombiana". Se identifican como más se sienten: "negros". Y digo negro con el respeto a una raza que a pesar de ser oprimida durante siglos sigue presente y ahora, más que nunca, necesitada por el mundo desarrollado; basta mirar en los campos de recolección de fruta de Europa.
** Un estudio del Consejo Económico y Social (CES) de España dice que el perfil de la empleada doméstica en España es "Ecuatoriana, 35 años, con estudios secundarios y no lleva más de tres años trabajando".
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